domingo, noviembre 01, 2009

Margarita: No hay ofrenda.

En mi familia, como en la de cualquiera, hay muchos muertos a los cuales recordar, pero sinceramente a la única que me interesa ofrendarle mi luto y nostalgía es a mi bisabuela Margarita, quien fue la mamá de la mamá de mi mamá.

Doña Magos nació en algún lugar de Guanajuato por ahí de 1910. Desde niña trabajó en una hacienda en donde decía que vivía todo un pueblo y donde los niños eran obligados a ir al colegio, a ella le gustaba más esperarlos en una piedra enorme que estaba a orillas del río; mientras que ellos aprendían a sacar la raíz cuadrada de 123456879 únicamente con sus deditos y los cuadernos reciclados, ella  prefería pensar en los pájaros que sobrevolaban su cabeza. Estuvo recluída en ese lugar hasta que cumplió los 15 años y decidió que iría a la Ciudad de México, me contó que estaba enamorada de un joven charro que era muy apuesto y que una noche antes de partir le pidió que huyera con él,  por el miedo o lo que fuese no llegó y el hombre se fue, nunca más se volvieron a ver. Cuando me lo contaba veía en ella el arrepentimiento que cargó por varias décadas. En cambio conoció a Don José con quien más tarde se casaría sin estar enamorada y tampoco él de ella, no se que acuerdo macabro harían como para quedar emparejados.

Del abuelo no tengo ningún recuerdo, siempre estaba con una expresión de molestía, no entiendo qué fue lo que le interesó a la abuela: Ella era una mujer guapa, de mediana estatura, delgada, blanca con el cabello negro y rizado o en términos coloquiales era una MAMACITA que además tenía  excelente humor y era devota de la iglesia católica (que en esos tiempos era un plus para considerar a una mujer como "buena"), él simplemente era feo y malhumorado. En fin, continuando con mi bisabuela Margarita, o Margara o Doña Magos he de decir que fue una excelente mujer que me amaba y a la que yo correspondía.

Enviudecio y se quedo sola con la casa que había compartido con un extraño durante muchos años, entonces algunos de los nietos y bisnietos teníamos un lugar en donde dormir cuando no queríamos ir a casa. Particularmente no me gustaba quedarme con ella porque su cuarto olía a orines (eran del pendejo de Erick que mojo la cama hasta los 10 años) y ella decía que habían ratas, además sus almohadas eran durísimas y las ponía como barrera entre nosotras. El despertar era más agradable porque siempre había un delicioso desayuno y más cuando hacía tortitas de plátano o frituritas de cáscara de papa. Ella me indujo al turbio mundo de las bebidas alcohólicas cuando me daba una onzita de rompope del que hacían las monjas que trabajaban en el panteón (yummy).

La abuelita se fue haciendo muy viejita y tenía muchas arruguitas que me encantaba besar, también me gustaba sentir sus labios delicados y suaves en mis mejillas... me gustaba mucho mi bisabuela cuando ya tenía como 80 años, sus historias eran aún más divertidas que cuando me las contaba de muuuuy niña: - ¿Te acuerdas negrita de tu tía Antonia?- y yo con cara de sorpresa le decía: - No abue, no me acuerdo- ella se desesperaba por mi pendejísmo y decía: -Sí, acuérdate... es tu tía toña que vino con uno de sus hijos el día que tu papá José estaba afuera sentado- y yo : -No abue, la neta no me acuerdo- entonces ella volvía a la realidad y me pregúntaba: -¿pues cuántos años tienes negrita?- y yo con un poco de gracia le decía: - 15 abue- y entonces ambas soltábamos la risa, yo porque ya sabía en que concluía la historia y ella porque se daba cuenta de que ya chocheaba entonces me decía: -Nooo pues que te vas a acordar, sí todavía ni nacías!!!- entonces con una sonrisa dibujada en el rostro le daba un besito en la frente y me despedía.

La abuelita Magos me hacía sentir muy bien: querida y bonita, era simpática y amable... no era hipocondríaca como sus hijos, desafortunadamente ella sí estaba enferma y una mañana de enero murió sentada en un taxi que se dirigía al hospital para que la atendieran. La llevaron de vuelta a su cama en donde yacía con una expresión de serenidad mientras todos entraban a despedirse. No pude llorar durante la velación, pero sí en el cementerio cuando después de que la enterraron una parvada de pájarillos negros en conjunto con las nubes me dieron la señal. Ha pasado casi una década desde entonces y sigo recordándola como sí nunca se hubiera ido, en vida me decía que cuando llegara al cielo se haría amiga de San Pedro, seguro que ahora se llevan de a piquete en el ombligo.

Quiero pensar que Margarita vendrá, aunque no haya una ofrenda para ella, siempre tuvo muchos amigos por lo tanto no le faltara un taquito. Hoy beberé rompope para recordar los buenos tiempos junto a ella.

2 comentarios:

Francisco Palacios dijo...

Gran historia y de verdad!!!

Yo siempre quize un abue que me contara cosas y que asumiera su rol de ancianito alcahueta que alienta a sus nietos, en cambio me tocó un tío-abuelo comunista que no me dejaba ver las caricaturas de Walt Disney porque eran pro-yanquis, me llevaba al beisbol pero no me compraba refrescos ni golosinas por la misma razón; una abuelita lejana a la que nunca he tenido siquiera la confianza de abrazar con ternura; y unos abuelos paternos muy modernos (muy new age ellos) a los que les cagaba que les llamaran abuelito, obligando a los nietos a llamarlos por su nombre y a tratarlos como "chavos".
Volviendo a tu historia, me conmovió; tienes una forma de narrar que haces que uno logre visualizar muy bien la historia.
Abrazos y aplausos para ti.

jacqueline dijo...

dadas mis características ancianescas podría ser yo tu abuela, sí así lo deseas jeje!!!

Por lo otro, muchas gracias... viniendo de alguien como tú hasta me la creo jeje!!.

Abrazos para ti también!