miércoles, noviembre 30, 2005

dìficil no de creer.

Tengo pocos recuerdos de mi infancia, algunos de ellos como que vestía con mezclilla y gorritas de piel, que volaba papalotes hechos por mi, también recuerdo que ganaba algunas monedas vendiendo latas y papel que mi abuela me daba. Más bien recuerdo bien mi infancia, pero hay cosas que quisiera borrar.

Antes no se hablaba de odio o felicidad, de riqueza o pobreza, antes no se hablaba o por lo menos yo no lo hacía. Era un chico solitario con las obligaciones de cualquiera, pero con los derechos de una mosca, siempre creì que lo mal que me trataban era porque lo merecía, que los amigos eran un premio inalcanzable para mi y que el cariño de familia no era para las personas como yo. No culpo a mi madre, ella siempre fue luchona; trabajaba para otros para mantener a mis hermanos y a mi.-algún día todo será mejor- decía con optimismo, no la culpo de nunca haberme abrazado, ella no podía dar algo que no conocía, pobre! Siempre sufriendo mi viejita, siempre viendo por nosotros; y aunque nunca lo dijo se que nos quiere más que a otra cosa, pero yo nunca me cansaré de amarla y agradecer su esfuerzo.

Muchos al oír un poco de mi historia creerán que nunca he sido feliz, pero se equivocan. Yo he sido muy afortunado y no me refiero a que he tenido riquezas, NO, me refiero a que a pesar de todo si he sido feliz. Recuerdo que mi abuela iba todos los días temprano al mercado y yo su “negro consentido” la acompañaba; ella sólo llevaba $2.00 y apenas le alcanzaba para frijoles, manteca, cabezas de pollo y maíz; yo le cargaba las bolsas para ganarme el gran premio.

Cuando volvíamos a casa, le llevaba la leña y ella la prendía, ponía el cazo y sobre de él la manteca que se derretía lentamente, el delicioso aroma se expandía por todo el cuarto y ansioso miraba todo el proceso; mi abuela mientras tanto molía el maíz para hacer la masa de las tortillas, yo siempre tenía el privilegio de comer la primera. Cuando la manteca había terminado de cocerse aparecía un pedacito de chicharrón, mi abuela lo sacaba y lo ponía en mi tortilla, ¡era tan delicioso! Que sólo de pensarlo se me ha antojado, pero bueno, ese era el gran premio, y seguramente se preguntarán que tiene que ver con el relato?, pues bien, en esos momentos mientras mi abuela me consentía nada más me importaba y era realmente el niño más feliz del mundo-universo.

Pero sin duda el día más feliz de mi vida fue aquel 6 de enero. Mi padre trabajaba en una carpintería yo no se de que, él y mi madre nunca tenían contacto, yo creo que por eso no se mucho de él. Ese 6 de enero todos mis hermanos y yo estábamos muy felices, por primera vez los reyes magos se habían acordado de nosotros. A mis hermanas les dejaron muñecas hechas de trapos parecidos a los de los vestidos de mi mamá y a mis hermanos y a mi nos dejaron carritos muy débiles de madera.

Ese día fue de los pocos en los que vi a mi madre, abuela y hermanos reír y convivir entre sí; pero eso no fue lo feliz, bueno si, pero no lo más feliz. Yo jugaba apartado como siempre, me encontraba en la tierra cerca de la carpintería, jugaba con mi carrito de madera, pero uno no era suficiente así que lo dejé ahí y corrí a buscar mis cajas de cartón con las que jugaba a los carritos, cuando las estaba acomodando vi llegar a mi padre con dos señores que tal vez eran clientes, pero no hice mucho caso y seguí jugando, cuando mi padre se acercó sin querer pisó mi carrito de madera y lo destruyó, por un momento sentí mucha angustia porque pensé que me regañaría, después sentí mucha tristeza porque había destruido mi único juguete real, pero todo se compensó cuando dijo: - perdóname HIJO- y me revolvió el cabello cariñosamente, en ese momento brotaron muchas lágrimas de mis ojos, era la primera vez que lloraba de felicidad y la primera que mi padre me acariciaba y sobre todo la primera en que me llamaba hijo; en cuanto se fue levanté lo que quedó de mi carrito y corrí a contarle a mi madre lo que había pasado. Por nada cambiaría ese momento que sin duda fue el más feliz de toda mi vida.

1 comentario:

Kaleidoscopico dijo...

Yo me sentia orgulloso de mostrarle a mi mamá los dibujos que yo lograba...

Aunque ella los ignoraba (aun lo hace grr ¬¬) me sentia orgulloso de mostrarselos...