Ella estaba en la estación, caminaba desesperada de un lado a otro metiendo de vez en cuando sus delgadas manos en el abrigo que la cubría. De pronto se detuvo y sacó un cigarrillo que no pudo encender... lo lanzó con vehemencia al suelo y comenzo a llorar desconsolada; yo atento desde otro extremo la contemplaba, me había cautivado su energía y su rostro tan ordinario...
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4 comentarios:
Rafael, que amable y atento es usted. Me alegra saber que sí algún día padezco el mismo mal que el de la mujer esta, tendré a alguien con quien desahogarme, afortunada-o desafortunada-mente no soy yo la del relato. Un abrazo.
Lo que me cautivaría estando en primera persona en esa micro historia es la disonancia de juzgar a alguien de ordinaria estando en una situación ridículamente extraordinaria. Yo al igual que Rafael iría corriendo a socorrerla y es que lo conmovedor aquí, no es pensar en la escena de una neurótica que llora por un motivo idiota, más bien es la idea de que quien sufre intensamente, vive intensamente también.
Es eso o se quemó con el encendedor o era un cigarrillo de broma...
mmm
yo siempre tan vulgar, corriente, escéptico e incompresivamente incomprensivo
Rafael: Me quita otro peso de encima... no crearle la imagen de que estoy atormentada... jeje.. un abrazo.
Psi: Amén. Besos
Francisco: asi te quiero
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